Día 18. Desde el día de mi llegada a Cruz de Ferro, quizás mi actitud más callada y reservada ha provocado la pérdida de cierta comunión con mis compañeros de viaje. Consciente como soy de esa distancia, procuro mantener las formas de la mejor manera posible. Además de eso, me doy cuenta de que cada vez escribo menos en el diario, y hago menos fotos. Lo cierto es que la aglomeración de peregrinos de poca monta, la desaparición del halo místico que me acompañó hasta Ponferrada, y la aparente pérdida de autenticidad en el Camino ha hecho rebajar algo mi ilusión.
Mapas. |
En Portomarín, el pueblo más hermoso de la jornada, paro para almorzar y meterme entre pecho y espalda un bocata hecho in situ en un pequeño supermercado. A partir de ahí, vuelta a las anodinas carreteras comarcales, con un fantasmagórico cementerio de peregrinos por medio. Y en Palas de Rei, consiguiendo cama con impresionante suerte (unos peregrinos han perdido la habitación al no presentarse) de manera que un hostal de carretera sacado de una película de Hitchcock se convierte en nuestra salvación. La cena, en la que me he abstraído totalmente de mis compañeros, es compensada por una llamada sorpresa de mi amiga Marina. Eso alegra, claro que sí.
Vista desde la ventana del hostal. |
1 comentario:
:) Hey, allí estaba yo. Me gusta hacerte compañía.
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